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¡Ay de aquel que navega, el cielo oscuro, por mar no usado
y peligrosa vía, adonde norte o puerto no se ofrece!
Don Quijote, cap. XXXIV
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sexta-feira, abril 22, 2011
LA CAUTIVA Comentei outro dia a abissal ignorância no Rio Grande do Sul da gauchesca de língua espanhola: Lussich, Ascasubi, Estanilao el Pollo, Echeverría, José Hernández, Serafín J. Garcia, Elías Regules foram jogados ao lixo. Até parece que estes poetas pertencem a outro planeta. No RS, prefere-se as pacholices de Paixão Cortes e Caetano Braun. Poesia gauchesca no Rio Grande do Sul são trovas medíocres recheadas de tches, a la puchas, xômico, taura, melenudo, pingo, flete. São pastiches que os cetegistas usam, imaginando que, um dia, isso que chamam de gaúcho falou assim. Como se, para ser gaúcho, fosse necessário usar essa linguagem estereotipada dos CTGs. Reproduzo aqui algumas estrofes desse poema de uma musicalidade extraordinária, do argentino Esteban Echeverría, La Cautiva, publicado em 1837, mais de século antes de surgirem em Porto Alegre os gigolôs do gauchismo. O poema tem nove cantos e transcrevo apenas o início do primeiro. Mereceu verbete no Diccionario Literario Bompiani: "La Cautiva é o poema da pampa e do índio. Narra com cores românticas um episódio da vida fronteiriça. A trágica história de Brián e Maria, algo nebulosa como todas as que teceu a fantasia do poeta, é apenas pretexto para descrever a pampa, sua selvagem grandeza, seus aterradores espetáculos, o festim dos índios, o incêndio do pajonal”. O poema, na íntegra, é facilmente encontrado na rede. El Desierto Era la tarde, y la hora en que el sol la cresta dora de los Andes. El desierto inconmensurable, abierto, y misterioso a sus pies se extiende; triste el semblante, solitario y taciturno como el mar, cuando un instante al crepúsculo nocturno, pone rienda a su altivez. Gira en vano, reconcentra su inmensidad, y no encuentra la vista, en su vivo anhelo, do fijar su fugaz vuelo, como el pájaro en el mar. Doquier campos y heredades del ave y bruto guaridas, doquier cielo y soledades de Dios sólo conocidas, que Él sólo puede sondar. A veces, la tribu errante, sobre el potro rozagante, cuyas crines altaneras flotan al viento ligeras, lo cruza cual torbellino, y pasa; o su toldería sobre la grama frondosa asienta, esperando el día duerme, tranquila reposa, sigue veloz su camino. ¡Cuántas, cuántas maravillas, sublimes y a par sencillas, sembró la fecunda mano de Dios allí! ¡Cuánto arcano que no es dado al vulgo ver! La humilde yerba, el insecto, la aura aromática y pura, el silencio, el triste aspecto de la grandiosa llanura, el pálido anochecer. Las armonías del viento dicen más al pensamiento que todo cuanto a porfía la vana filosofía pretende altiva enseñar. ¿Qué pincel podrá pintarlas sin deslucir su belleza? ¿Qué lengua humana alabarlas? Sólo el genio su grandeza puede sentir y admirar. Ya el sol su nítida frente reclinaba en occidente, derramando por la esfera de su rubia cabellera el desmayado fulgor. Sereno y diáfano el cielo, sobre la gala verdosa de la llanura, azul velo esparcía, misteriosa sombra dando a su color. El aura, moviendo apenas sus alas de aroma llenas, entre la yerba bullía del campo que parecía como un piélago ondear. Y la tierra, contemplando del astro rey la partida, callaba, manifestando, como en una despedida, en su semblante pesar. Sólo a ratos, altanero relinchaba un bruto fiero aquí o allá, en la campaña; bramaba un toro de saña, rugía un tigre feroz; o las nubes contemplando, como extático y gozoso, el yajá, de cuando en cuando, turbaba el mudo reposo con su fatídica voz. Se puso el sol; parecía que el vasto horizonte ardía: la silenciosa llanura fue quedando más obscura, más pardo el cielo, y en él, con luz trémula brillaba una que otra estrella, y luego a los ojos se ocultaba, como vacilante fuego en soberbio chapitel. El crepúsculo, entretanto, con su claroscuro manto, veló la tierra; una faja, negra como una mortaja, el occidente cubrió; mientras la noche bajando lenta venía, la calma, que contempla suspirando inquieta a veces el alma, con el silencio reinó. Entonces, como el ruido que suele hacer el tronido cuando retumba lejano, se oyó en el tranquilo llano sordo y confuso clamor; se perdió... y luego violento, como baladro espantoso de turba inmensa, en el viento se dilató sonoroso, dando a los brutos pavor. Bajo la planta sonante del ágil potro arrogante el duro suelo temblaba, y envuelto en polvo cruzaba como animado tropel, velozmente cabalgando; veíanse lanzas agudas, cabezas, crines ondeando, y como formas desnudas de aspecto extraño y crüel. ¿Quién es? ¿Qué insensata turba con su alarido perturba las calladas soledades de Dios, do las tempestades sólo se oyen resonar? ¿Qué humana planta orgullosa se atreve a hollar el desierto cuando todo en él reposa? ¿Quién viene seguro puerto en sus yermos a buscar? ¡Oíd! Ya se acerca el bando de salvajes, atronando todo el campo convecino; ¡mirad! como torbellino hiende el espacio veloz. El fiero ímpetu no enfrena del bruto que arroja espuma; vaga al viento su melena, y con ligereza suma pasa en ademán atroz. ¿Dónde va? ¿De dónde viene? ¿De qué su gozo proviene? ¿Por qué grita, corre, vuela, clavando al bruto la espuela, sin mirar alrededor? ¡Ved que las puntas ufanas de sus lanzas, por despojos, llevan cabezas humanas, cuyos inflamados ojos respiran aún furor! |
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